El político y ensayista Edmund Burke probablemente sea más recordado en el campo de la teoría política por su “Reflexiones sobre la Revolución Francesa…” (1790) que por sus otros escritos. En este podemos encontrar una magnífica oposición a los hechos que siguieron a la toma de la Bastilla, ocurrida hace exactamente 230 años.
Para quienes no estén familiarizados con los males que se vivieron en ese período revolucionario, podemos recordar algunos hechos como pinceladas que nos ayudarán a vislumbrar el cuadro: los planteos igualitarios con la “Conspiración de los Iguales” de Babeuf, germen del comunismo, las primeras levas y primer ejército nacional, justamente eso es lo que recuerda “La Marsellesa”; el exterminio de los vandeanos, masacrados por levantarse contra la tiranía democrática al grito de Pour Dieu et Pour Le Roi; y la imposición del republicanismo, sobre el que no podemos recomendar nada mejor que la lectura de “Monarquía, Democracia y Orden Natural” (2001) de Hans-Hermann Hoppe. Él mismo, en “Reflexiones sobre el Estado y la Guerra” (2006) nos regala la siguiente frase: “La democracia no tiene nada que ver con la libertad. La democracia es una variante suave del comunismo, y rara vez en la historia de las ideas ha sido considerada como otra cosa”. Por si el lector aún no está convencido, vamos a citar al Montesquieu del siglo XIX, nada menos que Alexis De Tocqueville. En la segunda parte del segundo tomo de “La Democracia en América” (1840), en el primer capítulo “Por qué los pueblos democráticos manifiestan un afecto por la igualdad más ardiente y duradero que por la libertad” nos explica que “El hecho particular que los singulariza [a los hombres] es la igualdad de condiciones sociales; la pasión principal que agita a los hombres en tales tiempos es la de esta igualdad”1 y agrega:
“Los pueblos democráticos aprecian en todo tiempo la igualdad, pero hay ciertas épocas en que llevan al delirio la pasión que experimentan por ella. Así sucede cuando la antigua jerarquía social, por largo tiempo amenazada, es derrocada por fin después de una lucha civil y se derriban las barreras que separaban a los ciudadanos (…) No tratéis de hacerles ver que la libertad se les escapa mientras están atentos a las otras cosas; están ciegos, y no perciben en el universo más que un solo bien digno de ser enviado”2
Y complementa:
“…por la igualdad, sienten una pasión insaciable, ardiente, eterna, invencible; quieren igualdad en libertad, y no pueden obtenerla así, la quieren incluso en esclavitud. Soportarán la pobreza, la servidumbre, la barbarie, pero no soportarán la aristocracia”3
Concluye “… En nuestros días, la libertad no puede implantarse sin su apoyo, y el despotismo mismo precisará de ella para reinar”4.
Suficiente sobre los males del jacobinismo, ahora pasemos a lo que nos interesa, Burke. Lo más curioso del texto es que tuvo su origen “en una correspondencia cruzada entre el autor y un caballero francés muy joven” en el mes de octubre de 1789, es decir, casi tres años antes de la ejecución de Luis XVI.
“aunque deseo de todo corazón que Francia esté animada por un espíritu de libertad racional (…) abrigo, por desgracia, grandes dudas respecto a muchos puntos importantes de los últimos acontecimientos de vuestro país”5
El espíritu de la misiva es más palpable en la siguiente frase:
“El disgusto que siento por las revoluciones (…) el espíritu de cambio que existe en el extranjero; el total desprecio que prevalece entre vosotros -y que puede llegar a prevalecer entre nosotros- de todas las antiguas instituciones, cuando son opuestas al sentido de la conveniencia o la inclinación actuales; todas estas consideraciones hacen aconsejable, en mi opinión, que volvamos nuestra atención a los auténticos principios de nuestras leyes internas; que vos, amigo francés, comencéis a conocerlos y que nosotros continuemos venerándolos”6
Por más que nos parezca, Burke no es ningún reaccionario. Hay un espíritu de cambio que sí defiende, el de la “Revolución Gloriosa” inglesa, que si nos atenemos a la realidad histórica, debería llamarse la “Usurpación Mediocre”. Con las siguientes palabras, se expresa Burke sobre aquello:
“En la famosa ley denominada Declaración de Derechos (I Guillermo y María) (…) todo su cuidado lo ponen en asegurar la religión, leyes y libertades que habían poseído inmemorialmente y que habían estado en peligro en los últimos años”7
Entonces, ¿será que Burke también defiende la revolución? La respuesta es afirmativa: “La Revolución de 1688 se logró mediante una guerra justa…”8. Sucede lo que sostiene Hannah Arendt, “El revolucionario más radical se convertirá en un conservador el día después de la revolución”. Agrega Burke:
“La cuestión de destronar (…) reyes ha sido y será siempre un gravísimo problema de Estado, totalmente fuera del derecho (…) No es un solo acto ni un solo acontecimiento lo que la determina. Muy injustos y arbitrarios han de ser los gobiernos antes de que se piense en ella; además la perspectiva del futuro tiene que ser tan mala como la experiencia del pasado”9
Este pasado tiránico, al que se refiere son los Estuardo anteriores a María II; Jacobo I, Carlos I, Carlos II y Jacobo II, nos preguntarán, ¿cómo es que unos paleolibertarios como nosotros podemos andar defendiendo los abusos de una tiranía? Todo aquí es falso, insistamos sobre ello. Sidney Fisher en su libro “The True History of the American Revolution” (1902), al que llegué a través de Moldbug, puede darnos una pista sobre el verdadero carácter de estos reyes antes de 1688:
“El gobierno británico, muy contento de deshacerse de los puritanos, cuáqueros y católicos romanos rebeldes, les dio voluntariamente fueros liberales. Esto explica la libertad en muchas de las cartas antiguas que ha sorprendido a tantos estudiantes de nuestra historia colonial. Algunos de estos instrumentos liberales fueron otorgados por los reyes Estuardo, con la aprobación de sus funcionarios y cortesanos, quienes demostraron por casi todos los demás actos de sus vidas que eran los enemigos decididos de los parlamentos libres y la representación libre de la gente. Connecticut, por ejemplo, obtuvo en 1662 de Carlos II una carta que hizo a la colonia casi independiente”10
Por si fuera poco, la Revolución de 1668 fue el primer paso del largo camino de degeneración del sistema político inglés, que probablemente haya culminado en la House of Lords Act de 1999, por la que la cámara alta del parlamento Inglés perdía su carácter nobiliario hereditario. ¿Alguien osaría defender hoy que Inglaterra es una monarquía? No lo creo.
¿Qué significa, entonces, que Edmund Burke haya sido el primer conservative? Que esto mismo es lo que nos encontramos cuando nos cruzamos a uno de ellos, que por más derechismo que nos quieran vender, en el fondo, como Burke, su corazón es whig.
Referencias bibliográficas
1 DE TOCQUEVILLE, Alexis. 1989. La democracia en américa, 2. Barcelona, España. Alianza Editorial, p. 86.
2 Op. Cit., p. 88.
3 Op. Cit., p. 88.
4 Op. Cit., p. 89.
5 BURKE, Edmund. 1984. “Textos políticos”. México, D.F., p. 42.
6 Op. Cit., p. 54.
7 Op. Cit., p. 68.
8 Op. Cit., p. 66.
9 Op. Cit., p. 66.
10 FISHER, Sydney George. 1902. The True History of the American Revolution, p.10. Disponible en: https://bit.ly/2YZXA7X [traducción propia].